¿Hasta cuándo?
¿Hasta cuándo?
29 de septiembre de
2017
Da un poco de
pudor ver cómo se ha encarnado el individualismo en nosotros, el ir
naturalizando situaciones anómalas, dolorosas, que debieran incomodarnos y que
no se puede dejar pasar. Más de 115 días en huelga de hambre lleva un grupo de 4
mapuches acusados de quemar ¿una o unas iglesias en el sur? Ni siquiera hay
certeza de eso. El 6 de junio comenzó la protesta y mientras la presidenta -que
consta fue financiada por el grupo forestal Angelini- ha guardado un silencio
nada casual, los candidatos han salido a decir de una u otra forma si están de
acuerdo o no con la medida, que es por cierto una medida de presión.
Luego se
plegaron otros mapuches, algunos comuneros y otros no, porque tras la irrupción
violenta del Estado chileno en lo que era su territorio y donde hoy flamea la
bandera de Chile, no todos los mapuches viven en comunidad. Se sembró la
desunión; hoy cosechamos sus frutos, secos.
Un presupuesto
inusitado destinado a las policías, que nos han robado con descaro, ha sido destinado
en esta administración. El Ejército de las manos con sangre ha salido a decir
que está disponible para desplegarse al sur del Biobío. Las autoridades han
hecho oídos sordos y cuantiosas marchas con múltiples asistentes han tenido
lugar en Santiago, en Concepción, en Temuco, en Osorno y en Puerto Montt, por
nombrar algunos lugares.
Las cárceles
de Concepción, Temuco, Lebu y Valdivia han sido testigos de la instalación de
campamentos desalojados de familiares en las afueras, para intentar visibilizar
la situación y también desde Francia, Canadá, Colombia, México y Argentina se
ha manifestado apoyo a la demanda de estos presos: un juicio que pueda
considerarse justo; si es que existe la justicia para el mapuche en Chile. Esto
es: sin testigos sin rostro, sin la Ley Antiterrorista que legó el Dictador.
Pero al
parecer no basta, no ha sido suficiente con las cientos de bombas lacrimógenas lanzadas
indiscriminadamente a las personas que han solidarizado con quienes se
encuentran privados de libertad hace más de un año y medio. No ha bastado con
los niños mapuches entregando su testimonio; ya no de asombro sino de dolor,
por ver a sus padres, a sus parientes y a sus tíos, detenidos por lo que no se
sabe muy bien qué.
Los medios que
usan el papel que sale del mismo suelo robado, han procurado confundir a los
lectores con siglas como CAM, RAM y WAM sin detenerse a explicar lo que las
páginas de contrainformación y autogestión han intentado clarificar: que son
distintas expresiones del descontento y que tienen distintos métodos de acción.
Los camioneros
han aprovechado una vez más de victimizarse, mientras sacan cálculos. Y la
opinión pública -que suele ser mucho más deslenguada en privado- ha murmurado
que lo merecen, que se lo buscaron, que son terroristas… cuando nadie tiene muy
clara la participación de los detenidos en los hechos se les imputan y cuando
el mundo tampoco sabe ya muy bien qué es el terrorismo ni quien lo lleva
adelante.
Lo de “inocentes
hasta que se demuestre lo contrario”, parece que no corre en este caso y así
como hace poco supimos, que ha habido más de 60 mapuches que han sido acusados
de causar todos los males; para luego salir absueltos sin que siquiera se les
pida perdón, es probable que el día de mañana, los 4 que han puesto en riesgo
su vida, reciban la noticia de que “hubo un error”, de que “no fue posible
comprobar la participación”, pero ya habrán dañado irreversiblemente sus
riñones, sus hígados y sus cuerpos. Ya habrán perdido unos cuantos años de
vida, después del centenar de días sin comer y en el caso de un par de ellos,
de ni siquiera estar bebiendo líquido, para pasar a orinar sangre.
Da un poco de
pudor salir a decir: “yo aquí, declaro esto y que me escuche el Mundo”, para
luego desplegar títulos y cartones, como en una carrera de legitimación, ante
un público al que no le vemos la cara pero del que sí se oye los reparos y los
cuestionamientos.
Mientras
debatíamos si era bueno el rodeo o no, mientras comíamos asados con carbón de
espino, mineral o de hualle (probablemente proveniente del territorio del
despojo), se debatían entre la vida y la muerte hombres jóvenes, padres de
familia, miembros de un lof y reconocidos como dirigentes o longkos por sus pares. Mientras por
Internet circulaban mal escritos sus nombres y se nos confundía si eran 99 o
100 días los que llevaban, ellos perdían más de 20 kilos en un par de meses; no
como producto de una dieta o del gimnasio, sino más bien por la degeneración de
sus músculos y con el consecuente desgaste para su cuerpo y su salud.
Probablemente Truf-Truf no aparezca en los mapas de La Moneda, pero sí en el de
las policías militarizadas, marcado con un asterisco rojo o una estrella
blanca; nada de azul o de kallfu, el
color de la esperanza de mejores tiempos para el Pueblo Mapuche.
En los
colegios, un silencio medio cómplice de los planes de estudio, en las universidades,
clases interrumpidas para solidarizar con perfectos desconocidos. Desconocidos
porque no nos hemos sabido mirar a las caras, porque en el país del miedo, en
la región donde la gente muere de balazos policiales por la espalda, dicen que
queman todo y lo dicen las radios, los diarios y las noticias, salidos de una
ciudad con nombre de santo.
Vendrá el Papa
a poner mensajes, a decirnos que lo hemos hecho mal, cuando en Argentina
todavía no aparece Santiago Maldonado, cuando en México van 3 años de la
desaparición de los 43 de Ayotzinapa y los murales que claman por ellos,
comienzan a enmohecerse o a resquebrajarse por el sol.
No habrá
poesía que pueda contener tal rabia y tal dolor y sólo entonces escucharemos
los lamentos de no haber reaccionado a tiempo, de no haber hecho más, de no
haberse detenido a llamar la atención sobre los abusos. Por el miedo a la
condena del que no terminó de entender qué pasa.
No es posible
que sigamos muriendo, pasando por la vida, como si nada de esto estuviera
pasando. Cambiando de canal para que no se enteren los niños, justamente, de
que otros niños como ellos no pueden despedirse de sus padres, esperando un
nuevo día en donde acabará la pesadilla de haber nacido como hijos del lucero
de la mañana y no de la estrella de cinco puntas. Ya borramos los volcanes de
nuestra vieja bandera; ya sacaron de nuestro escudo el “Post Tenebras Lux” y
esa luz no llega. Nos quedan pocos cóndores o manques y huemules, pero los
peñis y lamngenes cada día son más. Nos están diciendo “inche tati mapuche”
hasta en castellano y nosotros sin entender lo que es la autodeterminación.
No puede ser
que importe más figurar, poner “me gusta” o pasar de largo que condolerse; que
tratar al menos de estar en el lugar del otro. De ser gente y ser persona antes
que teñir el suelo del rojo que se está destiñendo de la bandera, de la bandera
que dice venir del copihue o de la sangre “araucana”.
¡Hasta cuando!
Parece que hay que mandarlo por
Whatsapp para que lo lean quienes no quieren leer hace rato...