¿Hay o no hay conflicto en La Araucanía?
¿Hay o no hay
conflicto en La Araucanía?
24 de diciembre de 2012
De un tiempo a esta parte,
señalan algunas voces que no conviene hablar de conflicto en Araucanía. Y esa
recomendación con tono de sentencia, puede llevar a equívocos. Cabe precisar,
que lo que no resulta propio es reducirlo a “Conflicto mapuche”, porque hay más
de un grupo humano involucrado. Hablo de: colonos extranjeros y sus
descendientes; colonos chilenos y sus descendientes; sureños sin tierras y sus
descendientes; mapuches, pehuenches y huilliches reducidos y sus descendientes,
además de los turistas y los habitantes de las ciudades.
Mejor hacer las precisiones y no forzar
-a lo Pinochet con su decreto Ley 2568- que todos se consideren de un plumazo “chilenos
a secas”, como si lengua, tradiciones y procedencia geográfica no imprimieran
un sello distintivo en las personas; iguales en derechos aunque distintas en
costumbres.
Lo que subyace al conflicto, es
un acto de discriminación múltiple, grábeselo. Y con las pautas y sesgos de
fines del siglo XIX. Discriminación hacia los mapuches por haberles negado la
posibilidad de ser detentores de su territorio en las condiciones que ellos
estimaran pertinentes. Un segundo acto de discriminación –una vez que el Estado
chileno invitó a pasar a poblar el Sur- hacia los sureños chilenos, por haber
considerado más “aptos” -diría un nazi- o propicios a los colonos enganchados
en Europa, para traer lo que en esos años se llamaba “luz” y “civilización” (contaminación
incluida), asignándoles tierras. Se obró de manera negligente, también,
perjudicando a los colonos al decirles que pasaran a poblar algo que tenía
dueños previos.
¡Era darwinismo social puro! Se
suponía que los europeos merecían tierras regaladas por creer en esos años que
eran “superiores”; se buscaba que los en
teoría flojos y ladrones chilenos ojalá se “contagiaran” con el emprendimiento
y aprendieran de los europeos; se deseaba que los “borrachos y peleadores
araucanos” fueran chilenizados, asimilados y reducidos territorialmente, es
decir: aspiraban a pasar de borrachos a
flojos como los chilenos (y ahora quedarían casi sin tierras).
Anotemos otra cosa, esta vez
sobre el presente: es el Estado y quienes se hacen cargo de su administración
temporal, es decir, los diversos gobiernos (que elegimos o que dejamos que
gobiernen), quienes contrajeron la deuda y debemos ser todos, quienes pugnemos para que esto se resuelva,
ojalá fuera del ámbito de la violencia y las amenazas (o las medidas de parche
con serpentinas a las que nos tienen acostumbrados, cuando no le echan la culpa
al gobierno anterior). Eso, si queremos vivir en paz.
Porque, califica como violencia
una declaración que anuncia el inicio de una cacería (y es complicidad que los
medios no informen el nombre de un señor que hace esa afirmación); es violencia
la presencia de un helicóptero policial merodeando escuelas donde los niños
dibujan allanamientos; es violencia la quema de una casa o la quema de una ruka y es violento también insistir en
mantenerse en un lugar donde los papeles demuestran que hubo una ocupación
ilegal o una superposición de propiedades. Si vamos a ser legalistas; seamos
legalistas aunque no nos convenga personalmente. Conozcamos al otro antes de
negarlo. Es violento que quienes se dicen “afectados” insistan en achacar todos
los males, a la supuesta flojera de alguien que fue despojado por la fuerza
hasta de su identidad (y que las autoridades a priori salgan atribuyendo actos
de encapuchados a tal o cual comunidad).
¿Quién puede pretender sembrar
balas y cosechar flores? Los que hoy hablan de paz, desde sus fundos
centenarios, parecen olvidar -a propósito- que la legalidad de La Araucanía se
fundó sobre la violencia de las armas, hace unos 130 años. Porque la
Pacificación no fue otra cosa que la Ocupación. Los que reclaman que “los
indios flojos quieren todo regalado”, omiten que a comienzos del siglo XX eran
40 hectáreas base las que les dieron por el solo hecho de llevar un apellido
europeo, además de las vacas, los clavos, las herramientas y una exención temporal
de impuestos; mientras que a un mapuche en promedio no se le dieron más de 6
hectáreas.
No me gusta la violencia; más me
gusta la Justicia. No me gusta que quemen fundos; pero menos me gusta que haya
fundos y parcelas donde debería haber rukas,
casas, bosques o poblados, con gente viviendo en paz, amparada por el Derecho y
no por el “hecha la ley; hecha la trampa”, perpetuado.
Dígame ahora, si no hay
conflictos. ¿Usted quiere soluciones? Revise su historia familiar y sitúese.
Reclame donde corresponda. Vele porque sean respetados los derechos de todos y
no solo sus privilegios. No espere que las soluciones caigan del cielo.
Fernando Ulloa
Valenzuela
temuquense
Licenciado en
Historia
Diplomado en
Estudios documentales de la Colonia chilena
Egresado de Magíster
en Etnohistoria
Universidad de Chile