La clase de Historia del almirante
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La clase de Historia
del almirante
28 de mayo de 2015
Pedí a mis
estudiantes que vieran el discurso el 21 de mayo y como la tarea era conjunta,
también me desperté a ver la cuenta presidencial aquella mañana feriada de
jueves.
Comenzaron
temprano las transmisiones en cadena y a eso del mediodía, después de los
anuncios con letra chica sobre Educación y las escasas menciones a Araucanía,
más allá de los pormenores, me llamó la atención otra cosa: mientras en
televisión pagada transmitían entrevistas en directo con políticos y
concurrentes; en televisión abierta, en cambio, podía verse a comentaristas de
farándula y a encapuchados en directo mientras hablaban políticos como Giorgio
Jackson, Ricardo Lagos Weber y Camila Vallejo como si fuesen una voz en off.
Valparaíso ya
había estado convulsionado en esos últimos días, tras el asesinato de los dos
jóvenes Borbarán y Guzmán, por los que habíamos guardado un minuto de silencio,
en las clases previas.
De pronto, me
vi escuchando con atención al almirante Larrañaga, un señor de bigote y profuso
en medallas y charreteras. Entre las condecoraciones, muchos repararon después en
que había portado unas alusivas a la Dictadura Militar, que el plan de estudios
también permite llamar “Gobierno”. Otros más airados sugerían años antes
decirle “Segunda Independencia”.
Pero lo más
sorpresivo vendría después, cuando en una exposición personalizada; más bien
una visita guiada, el almirante conversaba con los representantes del poder ejecutivo,
legislativo y judicial -incluida la presidenta- que a fin de cuentas también
parte de eso que en Chile llamamos “la familia militar”. Un club selecto de
gente con apellidos que se nos van repitiendo a lo largo de los años.
El almirante
deslizó algunos comentarios alusivos a la cripta de los héroes, la de los Prat
y Aldea y con otros menos reconocidos como Goñi, veteranos de guerra, también.
Allí deslizó
frases interesantes, dejando en evidencia que además de ser ingeniero y experto
en inteligencia tiene gran interés por la Historia y que luego, probablemente
esos conocimientos, le permitieron llegar a ser director de Educación de La
Armada.
El almirante Larrañaga
mencionó entonces, que uno de los enterrados allí, era pariente del exministro
de Defensa Goñi y que el actual ministro del Interior Jorge Burgos, también
desciende de otro de los que están allí homenajeados. El de Goñi fue contador y
citando a Burgos, el almirante dijo que el ministro se habría jactado de que su
pariente –a diferencia del de Goñi- había muerto en batalla.
Walker, con
dos hermanos en el Congreso y pariente del Walker que hacia 1891 participó
activamente en la desestabilizacion del gobierno de Balmaceda, preguntó algo
del tipo: ¿eso está comprobado o es algo que dice Burgos? Soltando una
carcajada tras la cual los demás sonrieron.
Mencionaron
luego a Rodin –particiando en el concurso para el monumento aunque derrtado- y
añadió un comentario docto el presidente de la Corte Suprema. En ese mismo
diálogo, el almirante dejó en evidencia parte de la doctrina usual en nuestras
Fuerzas Armadas: el olvido selectivo y el uso de eufemismos.
Me explico: así
como algunos prefieren llamar “Gobierno” a la Dictadura Cívico-Militar;
Larrañaga al igual que los historiadores conservadores y antibalmacedistas, llamó
en esa presentación “Revolución” a la Guerra Civil de 1891. ¡Conflicto entre chilenos que nos dejó con
más muertos –ellos llaman “bajas”- que la Guerra del Pacífico! (Que otros
llaman “Del Salitre”) y añadió sobre un tripulante de La Esmeralda, que después
fue ingeniero: “pasó a formar parte del Ejército y eligió el bando equivocado y
no pudo continuar su carrera”.
“Bando
equivocado”, llamó a quienes defendieron a Balmaceda de La Armada golpista a
favor de los intereses ingleses…
Eso es Chile,
un país de bandos –bandos militares y bandos de gobierno- donde los que
apuestan a ganadores califican de un modo cómodo a sus intereses, los conflictos
armados. Eso es Chile, un país donde por la TV abierta se rinde honores a los
que deciden las vidas de otros y luego lucen orgullosos medallas manchadas con
sangre.
Recordé el
libro Los que dijeron no, que aborda
a la marina antigolpista y retrata historias de gente que hasta hoy perdió
honores, sueldos y carreras; pero que conservan dignidades. Gente que por
supuesto –estamos en Chile- no sale en TV “abierta”.
La clase del
almirante, fue -a mi juicio- una clara exposición de nuestra estrecha noción de
Historia: la de unos vencedores y la de aparentes mártires a los que debemos
imitar, sin reparar en que estaban también, dispuestos a matar a otros,
extranjeros o compatriotas. Había allí un club de gente, cercana por lazos de
sangre y similar en procedencia. Celebraban a los suyos, que ya tenían cargos
cien años antes.
Por lo mismo,
por lo ajeno que resultaba ese mundo, quería que vieran el discurso mis
estudiantes de Historia, chilenos y extranjeros. No todos pudieron notar esas
sutilezas, pero para allá vamos. Siempre les digo: “en este país, aprender
Historia, sirve para no terminar muerto” (aunque a algunos los mataron por
saberla).
Fernando
Ulloa Valenzuela
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