A propósito de Valpo: un cerro de fuerza
19 de abril de 2014
Dos cosas me sorprendieron en la
cumbre del Cerro Merced: el nivel de devastación del incendio y el temple de
esa gente tan golpeada, tantas veces o toda su vida por la adversidad. Aunque
lo segundo puede explicarse por eso mismo, por haber crecido allí donde no
llegan ni los mapas ni la planificación urbana. Y lo otro, la devastación, por
la imprevisión.
Allí estaba un mar de gente,
moviéndose como hormigas, resolviendo sobre la marcha, comunicándose; ni
siquiera pidiendo una mano pero ofreciendo las dos. Allí estaba, al lado del
monolito que conmemora el Terremoto de 1906 en la “Plaza del Recuerdo”, una
pila de escombros, de latas oxidadas y chamuscadas. Retorcidas como debería
estar nuestra conciencia.
Cientos de personas con las que
compartimos el suelo, parecían vivir en el Chile de 1950 estando a 2014. Cercos
improvisados, casas ganándole espacio a un cerro erosionadísimo. Un solo
acceso. Conviviendo con una casa patronal casi intacta, de lo que alguna vez
fue un fundo a las espaldas de Valpo. Yacían quemados miles de eucaliptos de
quién sabe qué persona, junto a unas araucarias brasileñas, a palmeras
californianas -de esas que daban status- y a palmas chilenas, de las pocas que
sobrevivieron a nuestra soberbia, al creer que no necesitamos árboles cuando
son ellos los que no nos necesitan tanto. Reforestemos con nativo.
Se mezclaban mormones,
adventistas, santiaguinos de “Levantemos Chile”, dirigentes vecinales, hinchas
de Wanderers, niños con muchas preguntas y actitud de adultos, banderas
caturras, banderas chilenas desgastadas y nuevas, militares con fusil, sonrisa
y disposición, ondeando y corriendo en medio de lo que el fuego dejó de las
casas. En medio de maquinaria y palas.
Vueltas, vueltas y más vueltas
daban los caminos arcillosos, tortuosos y polvorientos. Sin un atisbo de zanja
que evite que se inunden con la primera lluvia. No perdamos de vista que pueden
venir peores cosas. Vi patinar a los 4x4 ahora cuando aun no hay barro, vi a
los camiones moverse a puro ñeque. Vi tantos autos quemados y tanta gente que
había dormido mal, tanta piel curtida por el sol.
Y ante ese panorama estremecedor,
la solidaridad en todo su esplendor. No limosna; solidaridad. Trato de igual a
igual, de hermanos. Los troles moviendo gratis a los estudiantes que se hacían
pocos para tantas necesidades, para cargar agua y comida, un fardo, un saco de
comida de mascotas que son un miembro más o un saco de escombros. Portando una
pala con la cara negra de hollín y huevitos de chocolate.
En el Cerro Mariposa, encumbrado
y lejano, el militar a cargo, sonrió y nos dijo: “gracias por la comprensión”,
cuando nos negó el acceso en auto y accedió a que pasáramos a pie a ver a los
familiares de una de nuestras veterinarias amigas. Allí estaban llegando
helicópteros todavía con agua. Allí estaban en una plaza con tres juegos
alojando en carpas los que antes tuvieron casa y agua caliente que hoy no hay.
Que no habrá hasta que lleguen calefonts o duchas solares.
Los voluntarios, para proteger
animales que se quemaron, perdieron sus casas y a sus dueños, sí que merecen un
abrazo. Qué dirían los que critican a los defensores de animales, que entregan
amor a otras personas por medio de cuidarles a sus “amigales”, si supieran que
un perro demanda 12 horas de un voluntario... ¡que a cambio de nada lo cuida,
lo pasea, le saca las pulgas, la caca y las vendas! Cuando vi que perros y
gatos, necesitaban ejercicios respiratorios para botar el flema que les dejó el
fuego, guardé silencio respetuoso. ¡Bastan 60° para hacernos bolsa el sistema
respiratorio! Y me contaron que vieron ollas fundidas en los cerros, imagínense
las tempraturas a las que tantos estuvieron expuestos.
Y no quiero hablar de infiernos
porque estamos en la Tierra. Y estos son problemas terrenales por mucho que las
creencias fortalezcan. Fue bonito ver la fe materializarse y no transformarse
en diferencias odiosas, era viernes santo para unos y lo único que podían comer
en raciones traía carne. ¡Qué importa! Ateos por Valpo también hay y también
ponen su cuota, porque las religiones deben ser para hacer más llevadera la
vida; no para matarse. Humanos, muy humanizados tantos, tantos a pesar de las
restricciones de acceso.
A lo que temo es a la lluvia, viene
una semana de buen tiempo pero no hay nylon. Los centros de acopio son
precarios y se hacen chicos; no es que sobre ayuda, hay que aprender a
canalizarla y distribuirla, hacerla llegar a los rincones. Lo que hoy parece
harta ayuda en junio será un recuerdo y no nos puede pillar de nuevo la
imprevisión. Nos ha encontrado desprevenidos ya en Chaitén volcánico, en Puerto
Chacabuco con las aguas, en el Ranco con el cordón del Caulle, en los incendios
forestales del Biobío con sus brigadistas muertos, en el terremoto en Conce, en
el tsunami en las costas del Maule. Las únicas excepciones parecieran ser Tirúa
que sabía de Treng-Treng y Kay-Kay y se refugió en los cerros y el norte
grande, que aprendió a evacuar pero que hoy todavía duerme en carpas.
¡Que no nos pase de nuevo!
Cuidado con nuestros pies, cuidado con nuestras raíces, aprendamos a querer el
suelo que pisamos, porque es el que nos va a cobijar cuando estemos bajo tierra
y es el que nos da de comer ahora que estamos aquí.
Menos triunfos morales y más
precaución. Menos eucaliptos y más viviendas dignas. Menos teoría y más
práctica. Menos palabras y más acción. La gente ya reconstruye pero las cenizas
todavía humean y la lluvia viene; el frío se anuncia. Que no se nos olvide el
aluvión de Santiago, es lo que no mencioné entre las sorpresas que nos hemos
llevado en las últimas décadas (y es lo que nos mira de reojo en esta ocasión).
¡Fuerza Valpo! Fuerza que se
construye con manos, no una que solo se pronuncia o se escribe. ¡Un cerro de
fuerza, mierda!
Fernando Ulloa
Valenzuela.
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